Periodistas del papel, entre la historia y la conversación
Han hecho fortuna dos bellas definiciones de lo que es un periódico. Para Rafael Mainar, autor de “El arte del periodista”, un diario es “la historia que pasa” y para el dramaturgo Arthur Miller “un buen periódico es una nación hablándose a sí misma”. De ambas descripciones se deduce el elemento esencial del periodismo: sus profesionales. Son aquellos que relatan la historia diaria y alimentan una virtual conversación con la sociedad. De tal manera que el periodismo dejará de existir cuando aquellos que profesionalmente están llamados a intermediar entre el hecho noticioso y el lector sean expulsados definitivamente por los robots que pretenden crear las nuevas tecnologías. Y los grandes paganos de la enorme crisis de los diarios en España –y en distinta medida en la mayoría de los países occidentales– son los periodistas de periódicos; los llamados “profesionales del papel”.
El universo de los medios escritos –el llamado ahora adustamente “el soporte papel”–atraviesa por la peor crisis de su historia desde que hace 400 años naciese el primer periódico en Alemania. Según El libro blanco de la Prensa diaria correspondiente a 2009, recientemente presentado por la Asociación de Editores de Diarios Españoles (AEDE), el conjunto de los periódicos logró unos beneficios que no superaron los 25 millones de euros frente a los 232,9 de, por ejemplo, 2007, debido a una caída en picado de la publicidad (22,5%), y aunque el número de lectores según el Estudios General de Medios (EGM) no ha disminuido, pero sí aumentado su edad media hasta más de 44 años, también por una difusión a la baja (-5,6%). Una de las consecuencias de esta brutal crisis ha sido el despido, bajo fórmulas diferentes, de miles de profesionales de las redacciones de los periódicos, especialmente de aquellos mayores de 45 años y sueldos superiores a los 60.000 euros.
Los grandes paganos de la crisis de los diarios en España son los periodistas de periódicos; los llamados “profesionales del papel”
Parece claro que la información pura y dura se ha convertido en una commodity, con escaso valor añadido, que se deglute de forma acrítica, sin contextualización, sin fuentes reconocibles y fiables, sin prospección de consecuencias: en definitiva, sin aportaciones periodísticas valiosas. El usuario cree estar suficientemente informado por la mera circunstancia de tener noticia de un hecho y por los mecanismos imparables de sustitución del conocimiento de un acontecimiento por otro posterior. Tanto Internet como la radio –la TV presenta otras características– “surfean” y “navegan” sobre lo que ocurre según la acertada apreciación de Juan Luis Cebrián (“En defensa de una libertad frágil”. El País de 5 de mayo de 2010), pero no profundizan, no desentrañan la noticia, o si lo hacen, la urgencia de alcanzar al usuario antes que la competencia quiebra los tiempos necesarios para el análisis riguroso. Añadamos a esta falsa sensación de correcta información el acceso generalizadamente gratuito a todos los medios diferentes a los periódicos: los diarios online siguen estando abiertos de manera mayoritaria; la radio, naturalmente, es gratis por definición y la TV ofrece una inmensa oferta en la que el pago es eludible por el enorme número de cadenas en abierto. De tal manera que sólo el periódico es oneroso, requiere de un esfuerzo intelectual por su usuario y, además, exclusivo: mientras se lee el periódico difícilmente puede realizarse otra actividad. Todas estas circunstancias llevan a una fatal conclusión: los periódicos pueden estar muriéndose y con ellos desaparecerá el periodista tradicional y aristocrático que añade valor a la noticia y cultiva géneros en difícil trance de supervivencia, sea el reportaje, la entrevista o la recensión crítica de una manifestación cultural.
La conjunción del periodista de papel y de la sociedad editora de un periódico arroja, además, un resultado imprescindible en los sistemas de libertad: la vigilancia de los poderes políticos y económicos y la preservación de la democracia. Los periódicos, se ha dicho, son “los perros guardianes de la democracia”, lo que no se ha predicado de los otros medios de comunicación. Estamos viviendo un fenómeno que acredita la necesidad de los periódicos –si bien con un rol reformulado en el concierto de los medios– en nuestra sociedad: las filtraciones de Wikileaks no podrían depurarse, jerarquizarse, ordenarse, contextualizarse y analizarse de no ser por la intervención de periodistas de largo recorrido en periódicos que han contrastado documento a documento los miles y miles que ha proporcionado Julian Assange. Esta filtración histórica necesitaba el papel y a sus profesionales para llegar al conocimiento público: en Internet habría perdido profundidad; en la Radio, demasiada fugacidad y en la TV, imposibilidad. Los profesionales de estos tres medios responden con cualificación a la naturaleza de su propio medio. No es lo mismo, en definitiva, un periodista de periódico, experimentado y curtido, con tiempos de trabajo determinados, que aquellos otros que atienden una web, leen ante un micrófono textos breves y rápidos o los de la TV que han de apoyarse constantemente en imágenes.
Los periódicos pueden estar muriéndose y con ellos desaparecerá el periodista tradicional y aristocrático que añade valor a la noticia y cultiva géneros en difícil trance de supervivencia
La calidad de un periódico –y un diario es siempre una “empresa de ideas”– la ofrecen el acúmulo de talento profesional que sea capaz de reunir. De ahí que el “gurú” digital Saul J. Berman haya afirmado que “a la larga, leer periódico impreso será un lujo”. Efectivamente: el talento es el resultado de una trayectoria repleta de experiencias; la suma de conocimientos adquiridos en la Universidad y en la vida; el resultado de miles y miles de lecturas; el poso de aciertos y de errores y el fruto de una vocación –la periodística– que lleva al periodismo escrito a titulados de las más variadas disciplinas.
Los periodistas de papel –esos que cuentan la historia que pasa según Mainar y que hacen que el periódico converse con la sociedad según Miller– asumen con más énfasis un compromiso deontológico con los lectores que a éstos –a veces denominados despectivamente como masssive passives, que sería una mayoría pasiva por encima de los 45 años– les resulta útil en la generación de corrientes de opinión social.
Por eso, en un artículo inédito, Javier Godó, editor de La Vanguardia, escribió el 7 de marzo de 2010 un artículo titulado “El compromiso de la prensa” en el que aseguraba que “la prensa mejor situada es aquella que apuesta por la calidad formal, la opinión rigurosa, el compromiso con el lector, las historias bien escritas”.
Las filtraciones de Wikileaks no podrían depurarse, jerarquizarse y analizarse de no ser por la intervención de periodistas de largo recorrido en periódicos que han contrastado documento por documento
Probablemente el futuro nos esté conduciendo a un escenario de medios en el que los diarios serán más cualitativos que cuantitativos, es decir, dejarán de ser “medios de masas” para convertirse –en un regreso a sus orígenes– en “medios de elites”.
Pero para que eso suceda los editores –ahora sólo gestores multiuso– habrán de conformar redacciones dimensionadas y especializadas con profesionales bien pagados; abandonar la inmediatez para enfatizar en el sentido de anticipación; explicar y analizar en vez, solo, de relatar y contar; disponer de un cuadro rápido y eficaz de colaboradores que, con capacidad divulgativa, se adentren en las espinosas cuestiones de la economía, la política y la cultura; crear, en ese contexto, una nueva escuela para el periodismo escrito del futuro, y abjurar de la sobreexplotación que actualmente padecen los profesionales de los periódicos condenados a una versatilidad multifacética desquiciante.