La responsabilidad de las empresas ante la quiebra social
Una buena noticia para las empresas: no están tan mal vistas entre los ciudadanos como algunos empresarios temen. Aunque la imagen de todas las instituciones está oxidándose con la crisis, no todas sufren el mismo desgaste. Este verano, el diario El País publicó una reveladora encuesta de Metroscopia: un barómetro de confianza donde se calificaba de 0 a 10 a distintas instituciones y grupos sociales. No hay ningún sobresaliente, pero sí dos notables: para los médicos y los científicos (7,4 en ambos casos). Las PYMES destacan con un 6,6: más que los intelectuales (6,5), el Ejército (6,5), la Guardia Civil (6,5) o incluso el rey Juan Carlos I (5,6). Las grandes empresas aprueban por los pelos (5,2), pero están por encima de los periódicos (4,7), los funcionarios (4,6) o la televisión (4,1). Los empresarios como grupo suspenden con un 4,6, pero sacan mejor nota que los sindicatos (3,3) o los obispos (3,1). Y a la cola de todos, como los grandes responsables de la situación económica, aparece el Gobierno actual (3), los bancos (2,9) y, por supuesto, los partidos políticos (2,8) y los políticos en general (2,6), que obtienen el suspenso más rotundo de toda la tabla.
Las empresas y empresarios en general tienen mejor imagen pública que los sindicatos, que los políticos o incluso que la mismísima Iglesia Católica y sus obispos
Son datos llamativos. Nadie niega, ni siquiera ellos mismos, la responsabilidad de los políticos en la durísima situación económica. Pero en una economía de mercado el Gobierno no es el único actor y, por tanto, no puede apuntarse en solitario ni los éxitos ni tampoco los fracasos. También existe una evidente contradicción entre esa mayoría de ciudadanos que culpa a los representantes de lo público de ser marionetas de los poderes económicos mientras que al mismo tiempo exculpan a esos poderes económicos de la crisis y sus consecuencias. Sólo los bancos pagan ese pato entre la opinión pública, mientras que las empresas y empresarios en general logran mejores notas que los sindicatos o incluso que la mismísima Iglesia Católica y sus obispos.
Sin embargo, harían mal los grandes empresarios en pensar que están al margen de la ira de la ciudadanía, que ahora pagan los políticos, en un momento de grave fractura económica como la actual. La crisis ha acelerado un proceso: el aumento de las desigualdades económicas. No es algo nuevo, la desigualdad económica crece en todos los países europeos sin excepción desde hace 30 años; desde que Europa, en los años 80, abandonó su modelo social para buscar un punto medio entre el individualismo estadounidense y su Estado del bienestar. Pero ahora, con la crisis, la velocidad de este proceso se ha disparado, especialmente en España: un país que ya era de los más desiguales de la UE (sólo por detrás de Portugal) y donde la desbocada tasa de paro está ahondando aún más esas diferencias económicas que pueden llevar a un porcentaje muy amplio de la sociedad, especialmente entre los jóvenes, a la exclusión. España fue la única economía de toda la OCDE cuyo salario medio real no sólo no creció en los años buenos, entre 1995 y 2005, sino que perdió un 4% de poder adquisitivo en estos diez años milagrosos. En esta estadística influye bastante la llegada de la mano de obra inmigrante, pero incluso descontando este factor, el porcentaje de la tarta que se quedan los empresarios frente a los trabajadores no ha parado de crecer. Entre 1999 y 2006, los beneficios empresariales aumentaron un 73% en España. En el año 2010, a pesar de la crisis, los beneficios de las empresas del Ibex 35 lograron batir su máximo histórico: más de 50.000 millones de euros, un 24% por encima del año anterior.
La desigualdad económica está creciendo aún más con la crisis. España ya era uno de los países con mayor desigualdad de Europa, pero el paro ha disparado este problema
Durante las últimas décadas, España ha camuflado el aumento en las desigualdades sociales a través del acceso al crédito. No había redistribución de la riqueza, pero todo el mundo podía pedir una hipoteca a buen precio; un crédito que se podía ampliar para comprar también un buen coche. Esa capacidad de endeudamiento ha maquillado durante años las tensiones sociales que siempre provocan las desigualdades económicas. Pero ahora, con el crédito seco y el paro tan disparado como la morosidad, esa desigualdad aflora con mayor fuerza que nunca, cobrando los atrasos. En este escenario, con una generación joven condenada a ser la primera que vivirá peor que la de sus padres desde la Guerra Civil, no sorprende que surjan movimientos como el 15-M o que incluso estas protestas en el futuro se radicalicen y vayan a más.
En Europa y Estados Unidos, está quiebra social está provocando respuestas nunca antes vistas, como que los más ricos de Francia o Alemania pidan a su Gobierno pagar más impuestos. En España, mientras tanto, las grandes fortunas guardan silencio, a pesar de que es uno de los países de la UE donde la presión fiscal es menor. La simbólica decisión de los muy ricos en Francia o en Alemania no es sólo una cuestión de imagen pública, o de patrioterismo. Fuera de nuestras fronteras entienden también que la clase media y la paz social son, en sí mismas, buenos negocios a mantener.