La fiabilidad, capital de la prensa
Llevo un año literalmente encerrado en mi despacho con mi ordenador, escribiendo un libro que me ha encargado la Editorial Planeta sobre la transición económica. En este tiempo me he convertido en un buscador compulsivo de información en Internet. Sin duda es la mejor hemeroteca que uno se puede imaginar. ¡Todo está en la Red! El problema es que no me fío de lo que encuentro. No sé quién lo escribe, faltan referencias, no se citan fuentes, o son textos anónimos. Por esta razón, cuando lo que encuentro está avalado por una firma y la cabecera de un periódico de referencia como La Vanguardia, El País o ABC la alegría que me provoca es indescriptible. Lo que allí se cuenta es información fidedigna, y por tanto, utilizable.
Lógicamente todo es relativo, ni todo lo escrito en los periódicos tradicionales es necesariamente verdad, ni todo lo que está en la Red es falso. Pero, en general, tengo un sentimiento de seguridad cuando encuentro la información que necesito avalada por un medio serio. Es como comprar en El Corte Inglés frente a un distribuidor desconocido. Durante muchos años como cliente no me han fallado y cuando lo han hecho mal han rectificado inmediatamente, por eso gozan de mi confianza, tanto si compro a través del comercio electrónico como en las tiendas tradicionales.
Esta experiencia me ha hecho reflexionar. En contra de lo que pronostican los gurús de la comunicación, creo que los periódicos convencionales tienen su futuro asegurado siempre que apuesten por la calidad informativa. La prensa digital y la impresa no son incompatibles, por el contrario creo que son complementarias.
¿Habría sido posible el Watergate sin un periódico del prestigio del Washington Post? No basta con tener la información, hay que verificarla y hacer una cobertura fiable
Con el cine me sucede algo parecido, veo las películas en casa, pero me gusta ir a los estrenos. Son dos opciones distintas que elijo según me conviene. Si los cines se han convertido en el escaparate de las películas, lo mismo puede sucederle a los periódicos en papel.
Es cierto que los periódicos digitales llegarán a tener el mismo crédito que los de papel, pero les va a costar tiempo y dinero. La fiabilidad no es cosa de un día, ni tan siquiera de un año, hay que ganarla primero y consolidarla después y eso exige tiempo. La credibilidad que tienen Financial Times o The Wall Street Journal se basa en una trayectoria de informaciones contrastadas durante más de un siglo. Como decimos en la profesión, “se tarda años en lograr la credibilidad y se puede perder en un minuto”.
Esta es la ventaja comparativa del periodismo impreso frente al digital y es sin lugar a dudas su mejor herramienta para asegurar su futuro. La fiabilidad es la pértiga que tienen los medios tradicionales para dar el salto tecnológico a la Red. Siempre me he preguntado si habría sido posible el escándalo Watergate de no haber existido el Washington Post ni los periodistas Carl Bernstein y Bob Woodward. Mi impresión es que no. La prensa digital no habría hecho caer al presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon. La credibilidad del Post, basada en un equipo de periodistas sólidos con una trayectoria intachable, es lo que le ha permitido seguir haciendo un periodismo de calidad en Internet. La combinación de los soportes de papel y digital hacen de la prensa de calidad un producto muy sólido.
Si tomamos como referencia lo que ha pasado con los papeles publicados del Departamento de Estado de los Estados Unidos es fácil concluir que sin Internet habría sido imposible tener acceso a los cientos de miles de cables confidenciales redactados y reportados por los diplomáticos americanos. Pero ha sido la prensa impresa quien ha dado a la exclusiva de Wikileaks la transcendencia que necesitaba. El éxito ha estado en la combinación de ambos soportes. Internet puede ser la fuente, pero luego se requiere un equipo de profesionales que hagan una cobertura inteligente y creíble.
Los medios digitales pueden llegar a tener algún día ese crédito pero tendrán que apostar por el periodismo de calidad, con todas las renuncias que ello implica.
El director de El Confidencial Jesús Cacho me comentaba que su principal reto en la actualidad es dar credibilidad a su medio. Por esta razón, el formato y los códigos que están utilizando son exactamente iguales a los periódicos impresos. Pero sobre todo, está fichando a los profesionales más creíbles. Lo asombroso es que esta adquisición de “materia gris” no le está resultando difícil. Los medios tradicionales están prescindiendo de su capital humano más cualificado por una torpe estrategia de ahorros de costes.
La combinación del soporte papel y el digital hace de la prensa impresa un producto muy sólido, siempre que supere el proceso de descapitalización humana a la que están sometiéndola los editores
Este es el gran error que, desde mi punto de vista, están cometiendo los periódicos de papel. Acosados por la crisis económica y el cambio tecnológico, los editores se han lanzado a una carrera suicida para recortar plantillas y sustituir a los profesionales más veteranos, y por tanto, con memoria histórica, por otros “más baratos” y con menos experiencia. Se están descapitalizando e inevitablemente acabarán perdiendo el prestigio atesorado durante decenas de años. Si los periódicos se convierten en meros “refritos” de las páginas webs dejarán de ser necesarios y desaparecerán. La única posibilidad que tienen para garantizar su futuro es mantenerse como referente de profesionalidad, del periodismo de calidad y hacer un ajuste inteligente de sus costes.
El lector tiene que saber que tras cada noticia hay una cuidadosa elaboración. De su veracidad responde no solo el periodista que firma la noticia, sino también el director que la autoriza. Está en juego la cabecera del periódico y su cuenta de resultados.
La única posibilidad que tienen los periódicos impresos para garantizar su futuro es mantenerse como referente de profesionalidad, del periodismo de calidad y hacer un ajuste inteligente de sus costes
Esta es, en mi opinión, la gran diferencia que existe con la Red donde todo el mundo dice lo que le parece sin consecuencia alguna. Esto convierte Internet en un medio aparentemente más libre y atractivo para el gran público. El problema es que a veces se confunde el derecho de expresión con el derecho a la información. Cada uno puede decir lo que quiera, pero un periodista no puede informar de todo lo que sabe, necesita pruebas. Es cierto que estas exigencias son cuasi judiciales y eso limita la información. Pero hay que tener en cuenta que el mayor atentado contra la libertad individual es la infamia. Si un periodista acusara públicamente a un conciudadano de un delito dañaría de entrada su honorabilidad. Por tanto, existe una conciencia profesional de que hay que estar muy seguro de lo que se escribe para no confundir a nuestros lectores. No tengo ni la mejor duda de que es mejor dejar escapar un “scoop” antes de dar una información falsa. Esta mentalidad, típica de un periodista –aunque haya periodistas que mientan, como hay jueces que se sobrepasan– no suele ser la misma que la de otra persona cuyo oficio no es informar.