Las dos crisis de los periódicos argentinos
Los periódicos argentinos se han encontrado, en esta primera parte del siglo XXI, con una crisis feroz que no esperaban, y están superando otra crisis a la que realmente temían.
Lo que no esperaban era vérselas con un gobierno, el de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, que los ha ubicado, en su afán hegemónico, como el principal adversario, el enemigo al que hay que derrotar y, si es posible, hacer desaparecer.
Nada hacía prever esta guerra. En los primeros años de la presidencia de Néstor Kirchner (2003-2007), el Gobierno tuvo una excelente relación con el diario Clarín, el de mayor circulación de la Argentina (300.000 ejemplares por día) y buque insignia de un poderoso grupo económico. Clarín contó con el respaldo del Gobierno para la expansión de sus negocios, especialmente al lograr autorización para fusionar dos de las principales operadoras de televisión por cable, lo cual lo dejó en una posición absolutamente dominante en ese mercado.
Por esos años, el kirchnerismo logró cooptar un diario de izquierda, Página/12, que pasó a convertirse de hecho en el órgano oficial de la Casa Rosada, y distribuyó con total arbitrariedad la creciente publicidad del Estado, beneficiando a los medios que lo apoyaban y castigando a la prensa independiente. Nada sorprendente en regímenes totalitarios, pero toda una novedad en la democracia argentina, recuperada en 1983.
Argentina se ha acercado peligrosamente a los niveles de abuso de poder y de ataques a la libertad de prensa y de empresa de la Venezuela del exótico Hugo Chávez
También fue muy arbitraria la política de comunicación del Gobierno: las más importantes primicias -desde un paquete de medidas económicas hasta la designación de un ministro de la Corte Suprema- tenían siempre como destinatarios a Clarín o a Página/12. La Nación, el segundo periódico en circulación y el más influyente del país, fue la principal víctima de esta política de discriminación informativa. En una ocasión, el diario se abstuvo de publicar una noticia de gran relevancia debido a que le fue terminantemente desmentida por el jefe de Gabinete de Néstor Kirchner. Al día siguiente, la noticia se publicó en Clarín, y el Gobierno la confirmó. “Disculpen, estaba obedeciendo una orden”, fue la explicación del jefe de Gabinete a La Nación.
Los dueños del “relato”
Pero aquel estado de cosas, ciertamente lamentable, puede verse hoy, a la vuelta del gobierno de Cristina Kirchner, como poco menos que un paraíso. La Presidenta se distanció de Clarín, disgustada por la cobertura que ese periódico estaba haciendo del duro enfrentamiento del Gobierno con el sector agropecuario, y le terminó declarando la guerra. Y después de perder las elecciones legislativas de medio término, en junio de 2009, arremetió contra La Nación y contra el resto de la prensa independiente.
Si los medios reflejan a las sociedades en las que se desarrollan, es lógico que la prensa latinoamericana exprese las limitaciones de países acosados por su retraso político, económico y cultural
Convencidos de que ese traspié en las urnas se había debido al “relato” sesgado que los medios estaban haciendo de la realidad, los Kirchner operaron en dos frentes. Por un lado, armaron una poderosa cadena gubernamental de medios, que incluye cinco diarios de la Capital Federal, revistas, radios, televisión y la agencia oficial de noticias, además de comprar periodistas. Por otro, comenzaron una feroz campaña en todos los frentes contra La Nación y Clarín, a los que están intentando arrebatarles Papel Prensa, la principal fábrica de papel para periódicos del país (de la que son accionistas junto con el Estado). Paralelamente, el Gobierno procuró retirarle al Grupo Clarín la concesión para la operadora de cable, que es su principal negocio, e hizo sancionar en el Congreso una ley de medios pensada, en primer lugar, para perjudicar a esa corporación, y luego, para dejar en manos del Gobierno el control de todo el espectro de radio y televisión.
La Argentina se acercó así, peligrosamente, a los niveles de abuso de poder y de ataques a la libertad de prensa y de empresa del exótico presidente venezolano, Hugo Chávez. La repentina muerte de Néstor Kirchner, en octubre pasado, pareció dejar a su esposa más desguarnecida y con menos ánimo en la guerra contra los diarios. Por estos días, la preocupación mediática de la Presidenta está más bien en consolidar su perfil de tenaz comunicadora, lo que la lleva a usar periódicamente la cadena nacional de radio y televisión (costumbre muy propia, en la Argentina, de los regímenes militares) y a pronunciar no menos de uno o dos discursos por día, otro rasgo de mimetización con Chávez.
Hay vida después de Internet
Si este conflicto sorprendió a los diarios argentinos, no menos inesperada es la forma en que están logrando sobrevivir a la irrupción de Internet y a los vaticinios de que no tenían forma de hacerle frente a ese poderoso rival. Hoy, en la Argentina y en el resto de la región, la enorme mayoría de los principales periódicos gozan de una buena salud económica gracias a que diversificaron su negocio, supieron reinventarse sobre la base de marcas ya impuestas y apostaron a las nuevas tecnologías y plataformas. También, a la innovación permanente del producto papel. De esa forma, si bien la circulación, salvo excepciones, no ha dejado de caer (aunque nunca en los niveles dramáticos de Estados Unidos), en no pocos casos esas empresas hoy son más rentables que antes. Por cierto, también contribuyó el hecho de que muchas han reducido sensiblemente sus plantillas.
En la región, la mayoría de los principales periódicos gozan de buena salud económica gracias a que apostaron por las nuevas tecnologías y plataformas y a su innovación permanente. Hay diario papel para un buen rato
Un ejemplo de consolidación y hasta de expansión es el diario La Nación, de Buenos Aires, que en 2010 ha logrado mejorar extraordinariamente su facturación publicitaria. De sus ingresos, más del 80% responden a la “operación papel”. En tanto, la plataforma digital se está acercando al equilibrio, si bien representa un porcentaje pequeño de la facturación total. “Por ahora, los sitios informativos online aún son insignificantes como vehículos publicitarios”, señaló recientemente un importante editor latinoamericano.
En esta parte del mundo, el desafío de los periódicos ya no está siendo la supervivencia, que parece asegurada en el corto y mediano plazo, sino el de dar un salto de calidad. Si los medios reflejan a las sociedades en las que se desarrollan, es natural que la prensa latinoamericana exprese de modo cabal las limitaciones y perturbaciones de países históricamente acosados por una interminable saga de frustración económica, caos político y retraso cultural. Desde esa perspectiva, se torna irrelevante una comparación con la mejor prensa europea, fruto de sociedades abiertas donde la democracia y la estabilidad económica (hoy, amenazada) llevan ya un extenso camino recorrido.
En América Latina, la noticia es que hay diario papel para un buen rato. Es un negocio maduro, sí, pero que todavía no ha sido reemplazado. El que mejor lo ha aprendido es el gobierno argentino. Su gran enemigo no es la oposición, no son las corporaciones, ni tampoco las Fuerzas Armadas o la Iglesia. Con todos ellos combate, pero lo que más le sigue preocupando son esas hojas con noticias (y mucho más que noticias) que cada día se ganan un lugar en la agenda de la gente.